9.4.09

¿ENTRAMOS O NO? P. Ángel Rossi S.J.

Habiendo comenzado la Semana Santa creo que nos puede ayudar el crear nuestra composición de lugar, y ubicarnos con la "vista imaginativa" -como dice San Ignacio- a las puertas de Jerusalén como los discípulos y la multitud, en la entrada del Señor a la ciudad para ir a la cruz, tal como celebramos el Domingo de Ramos, y dejarnos preguntar por el Señor: ¿Venís conmigo?, ¿entrás conmigo en la Pasión?, ¿me acompañás en mi "vía crucis?
Jesús entra en la fase más radical de su misión: su muerte y resurrección. Y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso. Así lo indica el evangelista: "cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén" (Le 9, 51-52) y en la versión griega para decir que "tomó la decisión" usa una expresión más fuerte: "Endureció el rostro... y se encaminó". Hay decisiones, pasos en la vida de todo hombre y también de Cristo -que lo es en perfección-, que hay que darlos así: endureciendo el rostro, tragando saliva, apretando las mandíbulas y "encarando".
Hasta ahora los discípulos venían siguiendo a "un hombre fascinante, capaz de pronunciar palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación" Ahora, el seguimiento, si se mantienen en la decisión de hacerlo, tomará la forma del "despojo".
No es nada atrayente seguir a un despojado, porque por un lado "no tiene nada que ofrecer", y por otro es imposible hacerlo sin el paso por el propio despojo. A ésto se refería el Señor cuando les prevenía y nos prevenía que "no es el discípulo menos que su maestro...", que quien lo siga no tendrá muchas veces guarida o nido para el cobijo, tendrá que desprenderse de muchas ataduras, y tomado el arado no volver la vista atrás (Le 9, 57-61).
Me gusta aquello de que en Semana Santa, en ese camino que va desde la puerta de la ciudad (Domingo de Ramos), hasta el Gólgota (Viernes Santo) y el sepulcro abierto (Domingo de Resurrección)
hay un lugar que el Señor se reserva para mí. Hay un momento dentro de la Pasión que es para mí. Y el desafío, si decido entrar en la Semana Santa con todo el corazón, es encontrarlo. Será por las calles de Jerusalén, o sentado a la mesa de la Eucaristía y del lavatorio de los pies, será acurrucadito junto a Él en el patio, en soledad, o en el vía crucis, o quizás al pie de la cruz, junto a María.... No lo sabemos. Dios lo sabe, y eso basta.
El sabe, de acuerdo a lo que estemos viviendo, dónde necesitamos encontrarlo en esta Semana Santa. Y así como en el Apocalipsis nos dice: "si me abres, entraré y cenaremos juntos..." (Ap 3, 20), podemos también dejarnos decir por Él: "Si entrás, si me seguís en esta Semana Santa, te mostraré ese sitio donde te espero, donde quiero perdonarte, consolarte, donde tengo que reprocharte cariñosamente algunas cosas, donde voy a suavizar tus heridas, donde voy a dar razón y sentido a tus luchas".
Por algo los santos padres y los poetas han llamado a Cristo crucificado el Libro, ese "libro abierto, sujeto con clavos hincados profundamente" (Dimas Antuña), donde en este tiempo especialmente tenemos que ir a "leer" la palabra que se reserva para nosotros. Pieter van der Meer, en su diario "Nostalgia de Dios" al hablar de su conversión en Notre Dame, frente a la cruz dice hermosamente: "el viernes santo, entre las doce del mediodía y las tres de la tarde (las tres horas en que Jesús está colgado de la cruz) encontré las respuestas a todas las grandes preguntas de mi vida".

Entrar de corazón en la Semana Santa es ponerse así frente al Señor, despojado, sin condiciones, sin protocolos ni maquillajes, para encontrarnos allí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros. El Señor no defrauda, no se deja ganar en generosidad: "quien lo busca encuentra, a quien golpee la puerta se le abrirá". Que no perdamos esta ocasión tan linda, esta cita de amor no transferible ni postergable. Que en esta Semana Santa nos dejemos decir: "El Señor está allí y te llama" (Jn 11,28) y lo busquemos, para que buscándolo nos encontremos a nosotros mismos. Hermosamente expresa Marechal esta búsqueda, esta cacería del Ciervo herido -Cristo- a la que estamos invitados también nosotros.

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